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¿ Y tú de quién eres?

La sangre siempre ha sido considerada un elemento fundamental en la vida de los seres. En la antigüedad, y fruto del desconocimiento, los galenos solían practicar sangrías a sus pacientes con el fin de acabar con los humores malignos que atacaban el cuerpo. Sin embargo, el descubrimiento de la circulación de la sangre hará que esta práctica se vaya olvidando en pro de otros métodos. Las primeras aportaciones acerca de cómo circula la sangre por nuestro cuerpo serán las de Ibn Al Nafis (siglo XIII) y Miguel Servet (siglo XVI), pero el honor de ser el primero en describir a la perfección el proceso corresponde al médico inglés William Harvey.

El cuerpo humano contiene unos 5 litros de sangre, que recorren el cuerpo en apenas un minuto gracias al bombeo del corazón. Si perdemos más del 30 por ciento de esa sangre nuestra vida se encuentra en peligro y por ello es necesario realizar una transfusión.

Hoy en día este procedimiento no supone ningún riesgo pero llegar aquí no ha sido tan fácil como parece.

El primer intento de transfusión se debe a Richard Lower, quien en 1665 transfirió sangre de un perro a otro.  Sin embargo, el primero en realizar una transfusión a un ser humano fue Jean Baptiste Denis en 1667. La sangre era de animal y el paciente murió. Después de este caso la práctica se prohibió y se abandonó hasta el siglo XIX.

Quien realmente revolucionó el mundo de las transfusiones fue el biólogo austríaco Karl Landsteiner. Fue él quien en 1901 descubrió unas moléculas diminutas (antígenos) y con ellas los motivos de por qué en algunos casos se producía incompatibilidad sanguínea, e  identificó  los distintos grupos sanguíneos. También descubrió el factor Rhesus que distingue entre las personas que tienen el antígeno D en su sangre (Rh positivas) y las que no (Rh negativas). Gracias a estos descubrimientos, las transfusiones dejaron de suponer un peligro. Se acababa con el riesgo de la incompatibilidad  entre donante y receptor, y por tanto con la reacción inmunológica que solía causar hemólisis (desintegración de los hematíes), anemia, fallo renal, shock e incluso la muerte.

Los grupos sanguíneos se clasifican en: A+, A-, B+, B-, AB+, AB-, 0+ y 0-.

Esta clasificación obedece a las características que tienen en la superficie los glóbulos rojos. Las dos características más importantes son: los antígenos (el sistema AB0 / A-B-cero) y factor Rh +/-.

La clave de todo la tienen los antígenos, y los anticuerpos que se encuentran en el plasma sanguíneo que reaccionan ante ellos.

Los antígenos más comunes son el A y el B. Si tu sangre es del tipo A, quiere decir que tus antígenos también y que los anticuerpos que se encuentran en el plasma reaccionaran contra los antígenos del tipo B. Si tu sangre es de tipo B, quiere decir que tus antígenos también y que los anticuerpos del plasma reaccionaran ante los antígenos del tipo A. Si tu sangre es de tipo AB, quiere decir que tus glóbulos rojos están rodeados por antígenos de tipo A y tipo B y que en el plasma no hay ningún anticuerpo, por lo que no se produce ninguna respuesta inmune. Si perteneces al grupo 0 (cero), no posees antígenos de ningún tipo (por lo que puede donar a cualquier grupo), pero en el plasma están tanto anticuerpos de tipo A como B.

Por tanto el grupo A+ puede recibir de A+, A-, 0+ y 0-, A- puede recibir de A- y 0-, B+ puede recibir de B+, B-, 0+ y 0-, B- puede recibir de B- y 0-, AB+ puede recibir de todos los grupos de sangre, es receptor universal, AB- puede recibir de A-, B-, AB- y 0-, 0+ puede recibir de 0+ y 0- y 0- puede recibir de 0- y es donante universal.

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