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¿Nos cepillamos los dientes?

Desde tiempos inmemorables, el hombre, consciente de la importancia de su dentadura, ha usado distintos medios para limpiarse los dientes. Al principio, se sirvió de ramitas de árboles con forma de lápiz, cuyo extremo se machacaba hasta que quedaba deshilachado en forma de filamentos lo suficientemente suaves como para no dañar las encías – algunas tribus australianas y africanas siguen usando este método hoy día.

Griegos y romanos tampoco permanecieron ajenos al cuidado bucal. Mientras que los griegos eran asiduos al uso de un paño fino de lino, ligeramente áspero, los romanos solían usar o la base de la pluma de un ave o las púas del puercoespín.

En el mundo islámico, todavía hoy, se sanean los dientes usando miswak, que se consigue al mascar una planta – el arak – que contiene entre 8 y 22 partes por millón de flúor.

Pero fue en China en el siglo XIII, donde apareció el primer cepillo de dientes. Parece ser que en la corte imperial de la dinastía Tang se comenzó a insertar cerdas de pelo de puerco en un hueso, formando así una especie de cepillo cuya finalidad era la de limpiar los dientes. Comerciantes, viajeros y navegantes lo importaron a Europa en el siglo XVII. Su elevado coste hizo que sólo unos pocos pudiesen disfrutar de un cepillo de dientes en el que las cerdas de cerdo fueron sustituidas por las de caballo.

William Addis fue el primero en comercializar y producir cepillos de dientes en masa en 1780. Pero es en 1935 cuando Wallace Hume Carothers crea para los Laboratorios Dupont el nylon – más flexible y resistente a la contaminación bacteriana – con el que en 1938 se hará el cepillo dental actual. Las cerdas de pelo de caballo, con poca durabilidad y de rápida contaminación por microorganismos, son sustituidas por las de nylon.

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