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La noche de San Daniel – La noche del Matadero

En la historia de España, uno de los siglos más agitados es el XIX. La inestabilidad política, la desastrosa situación económica y los fuertes desajustes sociales provocaron muchas manifestaciones y revueltas, como la famosa noche de San Daniel.

A principios de 1865 la maltrecha situación económica que vive la Hacienda Pública lleva al gobierno a vender parte del Patrimonio Real. De esa venta el 75% pasa al Tesoro Público y el 25% a las arcas reales.

La medida, aprobada como un proyecto de ley, causa reacciones muy divergentes. Los periódicos conservadores ensalzan la generosidad de la Reina. Sin embargo, en el diario La Democracia con los artículos “El rasgo” y “¿De quién es el Patrimonio Real?“, publicados a finales de febrero de 1865, Emilio Castelar denuncia y cuestiona el derecho de la Reina sobre el Patrimonio Real.

Madrid, 10 de abril de 1865, 9 de la noche. Concentrados en la Puerta del Sol y aledaños, cientos de estudiantes, intelectuales y obreros inician una serenata en apoyo a Juan Manuel Montalbán. El hasta entonces Rector de la Universidad Central de Madrid ha sido destituido. No ha querido ceder a las presiones de aquellos que le han pedido la cabeza de Emilio Castelar.

La Guardia Civil, la Infantería y la Caballería del Ejército español inician la disolución de la concentración mediante el uso de las armas. Cientos de heridos y 9 muertos son el saldo final.

La noche de San Daniel o noche del Matadero fue un ataque a la libertad de expresión, fue la represión sangrienta de un gobierno que no podía permitirse las críticas que se alzaron contra ese proyecto de ley, que en palabras de Emilio Castelar: “Desde el punto de vista político, es un engaño; desde el punto de vista legal, un gran desacato a la ley; desde el punto de vista popular, una amenaza a los intereses del pueblo, y desde todos los puntos de vista uno de esos amaños de que el partido moderado se vale para sostenerse en el Poder que la voluntad de la nación rechaza; que la conciencia de la nación maldice”.

 

Artículo: ¿De quién es el Patrimonio Real?

En los antiguos triunfos romanos, cuando entraba el vencedor por aquellas anchas vías, arrastrado en su carroza, ceñida de laureles las sienes, festejado por las legiones, un esclavo se acercaba a decirle al oído cuan efímeras son las glorias, y cuan próxima está la muerte siempre a todas las grandezas humanas. Ayer el ministerio fue el vencedor, los diputados fueron las legiones romanas que lo aclamaban, y tócanos a nosotros, liberales proscriptos de todos lo festines, tócanos ser los esclavos que anuncien la disipación de las falsas glorias con que el partido moderado quiere tan sin razón envanecerse.

El patrimonio real se desamortiza; victoria grande, sí, pero victoria exclusiva de la democracia que ha venido sosteniendo esta desamortización por espacio de mucho tiempo, que ha visto sus periódicos perseguidos por defenderla, que la ha anunciado por la voz de su representante en las Cortes el año 1861, y que últimamente la ha defendido en varios artículos de fecha tan reciente, que no se habrán borrado de la memoria de nuestros lectores, con lo cual demostramos, que cuando se quiera intentar cualquier reforma, adquirir cualquier género de popularidad, es necesario a nuestros enemigos, venir a la fuente viva de todas les ideas, venir a la democracia. Permítasenos extrañarnos de lo que ayer hizo el general Narváez. Ejemplos de inconsecuencia, de veleidad, de inmoralidad política, se han dado en este triste período de decaimiento; pero ninguno tan repugnante como el que ayer dio de sí mismo el anciano duque de Valencia. Cuando nosotros le veíamos de grande uniforme, condecorado con la cruz de San Fernando, leyendo un proyecto de desvinculación, creíamos,  o que soñábamos,  o que no vivíamos en España, en el país de los caracteres enérgicos, y de los hombres leales.

Ese duque do Valencia es el mismo que hace bien pocos años, cuando ejercía por última vez el poder se levantaba en esa misma tribuna, proponiendo una reforma constitucional que restauraba las vinculaciones patrimoniales de la aristocracia, como un valladar en defensa del trono, contra el cual habían de estrellarse las olas de la revolución. ¿Quién nos hubiera dicho, entonces, que ese mismo hombre, al poco tiempo, debía sin remordimiento y sin rubor, proponer la destrucción del único vínculo que se había salvado de la revolución? Si el duque do Valencia fuera Un político grave, uno de esos hombres que tienen alguna idea en la conciencia, debió decir a la reina con respeto y entereza, que el desamortizar el patrimonio no podía tocarle a él, sino a los hombres que han sostenido siempre la desamortización y las desvinculaciones.

Entrando en otro género de reflexiones, fuerza es decir, que extrañamos, y mucho, el momento, la sazón en que se ha presentado este proyecto. Nosotros no criticamos aquí los actos del poder inviolable; criticamos, tenemos el derecho, el deber, dijéramos mejor, de criticar los actos de sus consejeros responsables, del administrador de la real casa, al presidente del Consejo de ministros, hace mucho tiempo, que con razón o sin ella, porque-esto no es del caso, se dice que las camarillas de palacio lo anteponen todo a que suba al poder el partido liberal, sus dos grandes secciones, el progresismo y la democracia. Era creencia general, unánime, que en vista de las dificultades ofrecidas por nuestro estado económico, en vista de la irritación del país; en vista de la impotencia del partido moderado; en vista de la disolución de la mayoría; en vista de lo impopular que es el anticipo, había sonado la hora suprema, la hora de llamar al poder pacíficamente al partido liberal. Los moderados, hambrientos después de haber empobrecido al país; empíricos después de habernos querido dominar en nombre de su suprema inteligencia, los moderados no tenían más remedio que caer ante la indignación, ante la cólera del pueblo. Y en este momento aconsejan sus allegados a la reina, que tienda una mano al partido que se hunde bajo el peso de su descrédito. ¿Pues no consideran que de esa suerte exponen a la reina a que la crean las gentes reina de un partido?

Crisis peores, mucho peores que las presentes, ha atravesado el país. En 1854, después de aquellos once años de generosidades funestas y terribles dilapidaciones, después de aquellos tiempos en que se regalaron ocho millones de reales al general Narváez, en que se construyó el teatro Real, que Valdegamas llama templo levantado a todas las concupiscencias, en que se robó la cruzada y se hicieron amaños, como los tristemente célebres de los cargos de piedra, en que se cobró casi el anticipo forzoso de Domenech, que era un robo escandalosísimo, pues no había sido autorizado por las Cortes; cuando el partido liberal tomó en sus manos la dirección de un Tesoro exhausto, sus allegados no aconsejaron a la real persona, que se desprendiera de su patrimonio y lo entregara al pueblo. Al contfario, no deben haberse borrado de la memoria pública los gravísimos, los casi insuperables obstáculos que encontró el partido progresista en las camarillas, para obtener la sanción de las leyes desamortizadoras, por las cuales cayeron en 1854 hasta los progresista templados que se negaban a suspenderlas  y vino el general Narváez que las deshizo de un golpe. En la guerra civil no se acordó tampoco la reina madre de entregar esos bienes a los soldados que peleaban desnudos y hambrientos en el puente de Luchana, en la helada noche de Morella. Y ahora, cuando la oposición ha dicho que no había necesidad del anticipo, cuando el Tesoro tiene recursos abundantes, si se quieren aprovechar, ahora el administrador de la casa real, aconseja que se entreguen los bienes del real patrimonio para salvar un ministerio moribundo.

Permítasenos también extrañar el espectáculo que ayer dio la mayoría; espectáculo incomprensible. Prescindamos del sr. Gisbert, que quiso mostrar un entusiasmo que no sentía, entusiasmo frío, fingido, dicho en palabras que ni siquiera eran sonoras, montón de falsedades históricas. Pero, ¿qué decir del duque de Valencia, el cual nos aseguró que nunca ningún rey había hecho cosa tal? Esa es una cita histórica, digna del que dijo que Cicerón no pudo impedir a Annibal ganar la batalla de Cannas. ¿Cuál es el peor rey de toda nuestra historia? ¿D. Pedro el Cruel? Hay otro peor. ¿D. Carlos II? Hay otro peor. ¿D. Rodrigo? Hay otro peor. Fernando VIL Pues bien; Fernando VII, el 3 de mayo de 1820, cuando la revolución vencía, cuando se hallaba amenazado por unas nuevas Cortes, cuando ya en lo humano para él no había un recurso, dio un decreto, por el cual se reservaba el Palacio real, el Retiro, la Casa de Campo, la Moncloa, Aranjuez, el Pardo, San Ildefonso, San Lorenzo, el alcázar de Sevilla, la Alhambra de Granada, el palacio de Valladolid, y entregaba a la nación todo el resto de su patrimonio. Vea, pues, el duque de Valencia, cómo ha habido un rey que ha hecho lo que tanto alababa ayer S. S., y lo ha hecho por miedo a la revolución. Pero después de todo, ¿ha dado la intendencia de palacio algo que sea suyo? Esta es la cuestión. El patrimonio real es patrimonio de la nación, exclusivamente de la nación.

Ya sostuvo esta teoría ante las Cortes, nuestro ilustre amigo el Sr. Rivero en que la cuestión está dilucidada con gran profundidad. «Se le concede al rey, decía nuestro amigo, la lista civil que sale de las arcas del Estado, y la consecuencia de esto, es que el patrimonio del monarca pasa a ser ipso facto «patrimonio de la nación.» Pero no se crea que esta es opinión de un diputado demócrata, no; es opinión de magistrados realistas, de antiguos consejeros de Castilla, encanecidos en el servicio de la monarquía, y adictos hasta la superstición, a la persona del monarca. Estos, entre los cuales se encontraban hombres como Ceballos, para probar que el patrimonio real era Patrimonio de la nación, decían: «En este concepto (en el concepto de que era patrimonio nacional),” repitieron las Cortes sus peticiones a los reyes, suplicándoles que se fueran a la mano en la concesión de los bienes de la corona, considerando que lo que se daba a unos con profusión, se quitaba a otros con injusticia. En el mismo revocaron los reyes las donaciones arrancadas por la prepotencia y por la intriga, y las dimanadas de la prolusión: prometiendo no hacerlas en lo sucesivo sin acuerdo e intervención de las Cortes, estas no se hubieran creído con derecho a poner límites a la generosidad de los reyes, ni los reyes se hubieran impuesto la obligación de circunscribir su ejercicio, si los bienes en cuestión perteneciesen a su patrimonio privado.

En este mismo sentido, la Constitución del año 12, fundamento de todas nuestras Constituciones, declaró explícitamente, que el patrimonio real era de la nación, al reservar a las Cortes el derecho exclusivo de señalar las tierras que debía poseer el rey. El artículo 213, dice: «Las Cortes señalarán al rey la dotación anual de su casa, que sea correspondiente a la alta dignidad de su persona.» Y el artículo 214 dice clara y terminantemente:

«Pertenecen al rey los palacios reales que han disfrutado sus predecesores, y las Cortes señalarán los terrenos que tengan por conveniente reservar para el recreo de su persona. y Véase, pues, cómo clara, terminantemente, las Cortes se incautaban de los bienes del patrimonio, y declaraban de su exclusiva competencia el señalar al rey los sitios que debían servirle de recreo. Aquellos grandes legisladores creyeron, con razón, que el patrimonio real había sido adquirido cuando el rey era exclusivamente representante de la nación, cuando su tesoro era el erario público, y por consecuencia aquellos bienes pertenecían a la nación. Fundados en tal idea, dieron la ley de 22 de marzo de 1814, ley que venía a ser orgánica y extensiva del precepto constitucional de 1812. «El patrimonio del rey, en calidad de tal, se compone: 1. De la dotación anual de su real casa. 2. De «todos los palacios reales quo han disfrutado sus predecesores. Y 3. De los jardines, bosques, dehesas y «terrenos, que las Cortes señalaren para el recreo de su »persona.» .De suerte, que las Cortes se declararon en derecho de señalar como patrimonio del rey, lo que tuvieran por conveniente. Hicieron más las Cortes, intentaron designar una parte de patrimonio al rey, para su esplendor, y entregar el resto al país. ¿Se quiere de esto una prueba? Véase el art. 4. de la citada ley. «La administración de los bosques, huertas, dehesas y terrenos que quedaren fuera de la masa de los que las Cortes aplicaren al patrimonio real correrá a cargo de la junta de Crédito público».

En los artículos sucesivos, las Cortes nombraban una comisión para hacer estos tres grandes trabajos. Primero, señalar los sitios que debían servir de recreo al rey; segundo, separar los bienes reversibles a la nación, de los que fueran propiedad particular de los monarcas. Estos trabajos no se hicieron por las mudanzas de aquellos tiempos. De consiguiente, los bienes del real patrimonio, son bienes de la nación, propiedad de la nación; son, en una palabra, bienes nacionales.

No podemos comprender como se dice en este momento que la reina cede generosamente al país su propio patrimonio. No. El patrimonio real es del país, es do la nación. La casa real devuelve al país una propiedad que es del país, y que por los desórdenes de los tiempos, y por la incuria de los gobiernos y de las Cortes, se hallaba en sus  manos. Es más, de esa inmensa masa de bienes, la casa real se reserva doscientos millones; se  reserva un 25 por 100, a que en sentir del Consejo de Castilla, de las Cortes de Cádiz y del mismo rey D. Fernando VII, no tiene ningún derecho. La casa real, de estos doscientos millones empleados en papel de la Deuda pública, recibe un interés que nunca pudo recabar de los bienes patrimoniales. Poniendo, pues, las cosas en su punto, por amor a la verdad, superior a todos; por amor a la ley, a que debemos acatamiento; por amor al país, cuyos intereses y derechos son lo primero, porque solo él es inmortal; por amor a todo lo que hay de santo, no desconozcamos los intereses públicos hasta el punto de hollarlos.

La reina, pues, debe agradecer al país esos doscientos millones que generosamente le regala, y con los cuales puede constituir una renta muy superior a los mezquinos intereses que le redituaba su mal administrado patrimonio. Cuenta que nosotros no nos dirigimos personalmente a la reina; nos dirigimos al presidente del Consejo de ministros, al administrador de la real casa, al diputado señor Gisbert, a los que están en el deber imprescindible de responder de esto ante el país, ante la posteridad, ante las leyes. El proyecto no es ley; por consecuencia podemos discutirlo, criticarlo con arreglo a nuestras ideas, y mucho más cuando tiene nuestra critica bases tan sólidas y tan verdaderamente incontestables. Los bienes del patrimonio real, adquiridos con el dinero o el esfuerzo del país, son del país. Registradlos uno por uno, y veréis que ya provienen de los reyes de Navarra, ya de los de Aragón, ya de los condes de Barcelona, ya de los antiguos reyes de Castilla, ya de los tiempos en que el Tesoro del país, y el Tesoro del monarca, eran una misma cosa. Además, muchos de ellos todavía no están bien definidos y aclarados. El valle de Alcudia, por ejemplo, es la propiedad mas pingüe del patrimonio real. Fernando VII se incautó de él, prometiendo que se le descontaría su valor de la lista civil. ¿Dio algo de lo que había prometido? Ni un céntimo. Antes al contrario, recibió los crecidos rendimientos de esas fincas.

Véase, pues, cómo el país no debe consentir á nadie, absolutamente á nadie, que declare propiedad particular, aquello que es su exclusiva propiedad. Si se quiere, véndanse esos bienes, inviértase su producto en títulos de la deuda, y hágase lo que se hace con el clero, entréguenseles ala reina a cuenta de su asignación, y el país se ahorrará 50 millones semales. Pero tener el presupuesto vigente y 200 millones del patrimonio, es tener la lista civil del absolutismo, y la lista civil del sistema constitucional.

Además, los moderados, estos enemigos de la desamortización, estos amigos de las vinculaciones; el partido de los goces revolucionarios, el partido, verdadero merodeador de nuestras instituciones; especie de banda mercenaria, peor que la langosta, hará de bienes cuantiosos, de bienes que desde el punto de vista monárquico podían servir en su anterior estado, para esplendor del trono, y desde el puuto de vista liberal, podían servir para la riqueza del pueblo, hará de esos bienes, que tantas generaciones han acumulado, que tantos sacrificios, tantos heroísmos, tantos trabajos, tantas glorias representan, harán de esos bienes una escala de su poder, un asunto do granjeria, un alimento de sus despilfarros, un botín de sus adictos, una pequeña nube de humo, que se disipe en el ruido de sus orgías. Defendamos, pues, de las dilapidaciones y prodigalidades de los vándalos moderados, la riqueza pública.

EMILIO CASTELAR
 
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